La Vista de mi Casa

 


    Cada mañana valía la pena asomarse por la ventana de un lugar tan mágico y especial. La casa familiar poseía una ubicación privilegiada a las afueras de la ciudad de Caracas. Fui testigo y participante de su construcción, pues mi padre amaba el clima y la hermosa vista del Junquito. Era solo un terreno cuando conocimos ese lugar.

    Donde hoy se encuentra la casa, antes fue un estacionamiento de camiones, pero el dueño (amigo de mi papá) decidió vender esos vehículos y ofreció el terreno a mi padre, lo cuál aceptó sin pensarlo mucho. Se inició una construcción que se fue haciendo poco a poco hasta que se finalizó el primer piso. Quizá de unos 25 metros cuadrados fue el primer apartamento al que nos fuimos a vivir.

    Nuestra llegada a ese lugar fue maravillosa. Pasamos de la concurrente y peligrosa ciudad a un lugar tranquilo y lleno de paz. Es que a papá le preocupaba que donde vivíamos ya comenzaban a ofrecernos drogas, entonces procuramos mudarnos lo mas rápido posible. Fue muy acertada la decisión, pues de alguna manera nos libramos de algunos males, hasta que llegó el amor a nuestras vidas y nos enredó con sus lazos tenebrosos.

    Una mata de nísperos japoneses coincidía perfectamente en la ventana de la cocina. Acceder a un postre natural de esta manera era indescriptible. Al pasar de los años se construyeron los siguientes 2 pisos. Un clima frío, un colegio muy cerca, una bodega amistosa, una cancha deportiva, unos buenos vecinos, armonía familiar y llegar allí nos permitió trabajar en equipo, pues aunque éramos niños, participábamos en la construcción de la casa. (bueno... mas mi hermano que yo, pues siempre estaba enfermo de asma).

Amanecer caraqueño visto desde mi ventana.


    Lastimosamente por alguna razón toda nuestra vida se encontraba a 30 Km de allí. La escuela de música, el trabajo, la iglesia, la familia y las labores cotidianas. En el junquito solo había (en aquel entonces) un solo cajero automático para retirar dinero. Imagine lo indispensable que era ir a la ciudad a diario. 
Muestra del recorrido en googlemaps

    En recorrido normal, llegar allí en carro implicaría solo 30 minutos pero por la precariedad de las vías salir o llegar allí en horario normal se trataba de 2 a 3 horas de ida y otras 2 o 3 horas de venida... Agotaba vivir allí.

    Ahora que estoy lejos de ese lugar,  no entiendo por qué no hice lo posible para establecerme definitivamente allá y no depender tanto de la ciudad. Apreciar lo maravilloso de esos escenarios naturales y vivir feliz de estar en un clima maravilloso. 

    Mi rutina comenzaba con un despertar a las 4am para salir temprano y evitar las colas. A las 5:30am salía y comenzaba mi recorrido. Haciéndolo de esta forma me ahorraba una hora. Al llegar a la ciudad comenzaba la odisea y lográbamos llegar justo en 1 hora y media. De regreso no había forma de evitar esto, al menos que regresara mas temprano, o mas tarde.

Saliendo hacia caracas

    Todos deberíamos de emigrar al menos una vez en la vida. Si no, quizá salir un poco y tomar distancia de lo cotidiano para ver desde lejos lo que haces y saber si vale la pena o no. Son muchas las cosas que he aprendido a valorar a la distancia. Esa vista impactante de mi ventana, mi gente, mis lugares, mi ciudad de Caracas, mi Ávila, mi Junquito, mi Mérida y Táchira, mis playas de Higuerote y de La Guaira, mi Iglesia y esta nostalgia me hace extrañar hasta el Metro de Caracas (bueno, no para tanto).

    Les dejo a continuación una pequeña galería de escenarios que disfrutaba de ese lugar. Me ha quedado de vivir allí que los recorridos difíciles nos llevan a lugares que valen la pena. Era reconfortante poder respirar un oxigeno tan puro. Solo al llegar y exponer mis ojos a mi ventana, podía sentir que el recorrido había valido la pena.

Tomada con un lente Zoom desde la ventana







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